Atando cabos
Lo hermoso de la literatura es que depara siempre alguna sorpresa, sobre todo en un mundo que tiende a creer que ésta va perdiendo su poder de fascinación. Y es que todo confluye en torno a esta novela excepcional, y a su autora, para otorgarle cierta aura mágica. Porque ¿quién hubiera podido prever que E. Annie Proulx, una mujer de nombre tan raro, que se puso a escribir a los 50 años y que ha vivido y vive apartada en un pueblo perdido del estado de Vermont, se convirtiera, con su segunda novela, Atando cabos, no sólo en una de las escritoras más apreciadas de los últimos años, sino —sin publicidad, ni estudios de mercado, ni promociones especiales— en la más leída: ¡casi dos millones de ejemplares vendidos!?
Y es que Annie Proulx, con Atando cabos, ha ganado en 1994, entre otros premios, dos de los más prestigiosos en Estados Unidos: el Premio Pulitzer y el Premio Nacional. Bien es cierto que, con su primera novela, Postcards, había sido ya, el año anterior, la primera mujer en recibir el codiciado PEN/Faulkner Award...
Cuando Pearl Bear muere, en compañía de su amante, en un accidente de coche, deja desnortados y abrumados a sus dos hijas y a, su marido, un pobre tipo, periodista de tercera, sin futuro ni esperanza. De modo que Quoyle, haciendo de tripas corazón, deja Nueva York y parte hacia el remoto lugar de sus antepasados, una pequeña ciudad portuaria en la desolada y brumosa costa de Terranova. Allí, rodeado de personajes tan peculiares como su arisco entorno, Quoyle se coloca en el periódico local, The Gammy Bird, especializado en historias de abusos sexuales, para dar cuenta del movimiento portuario y de los accidentes de tráfico, inventados o no. Se compra una barca, empieza a cortejar a una silenciosa viuda y, mientras el duro invierno le recluye bajo el h