El geco
Inéditos algunos y publicados otros en diversos libros o periódicos, los textos -fundamentalmente cuentos- que Sánchez Ferlosio reúne en El geco presentan, en su aparente dispersión, una extraordinaria unidad. Sus protagonistas –personas, animales o paisajes- parecen, como el geco que da título al volumen, tratan de expiar y liberarse de una culpa de la que, sin embargo, no son verdaderos responsables. Todos los cuentos mantienen un severo equilibrio entre lo cotidiano y lo fabuloso, entre la ferocidad de la épica y la poesía del instante; todos permiten reflexionar sobre temas omnipresentes en la obra del autor. Así, la brutalidad del poder que impone su injusticia aparece en “El escudo de Jotán” donde se narra la historia de un pueblo que, para hacer frente al ejército de un sangriento emperador, urde una farsa que los cuervos se encargarán de poner en entredicho. El relato ofrece una sucesión de imágenes de la risa: desde la del falso condenado a muerte a la sarcástica del emperador, pasando por la carcajada incontenible de los habitantes del Jotán. Frente a los desmanes de los hombres, los animales protagonizan algunos relatos que muestran la fuerza de los prejuicios o el rostro de la violencia. En “El reincidente”, un lobo se encamina al cielo para obtener el descanso eterno: se le negará la entrada repetidas veces con argumentos tan irrefutables como, por tópicos, hueros. “Dientes, pólvora, febrero” describe una batida de caza que regresa triunfante, porque ha muerto una loba. El silencio del animal muerto, el enemigo, contrasta con la charla banal de sus verdugos; se huele la tierra, la sangre y la derrota. Otro animal, esta vez un enorme salmón que se